sábado, 13 de marzo de 2010

Alguien que le cuente



Por Adriana Bruno.-De regreso de las vacaciones, nos pusimos a mirar de nuevo la televisión. El sofá, el control remoto y esa ilusión pertinaz que jamás nos abandona... Encontrar un drama que nos conmueva tanto como para enajenar por una hora los problemas propios, un personaje que nos refleje, o que nos agite las pasiones. Pasó el tiempo. Regresaron los magazines, terminó el exitazo 2009, otra tira que empezó como comedia es un policial hecho y derecho. Y finalmente, me pasó.

Hay un personaje en nuestra pantalla que genera en mí una emoción incontrolable: cada vez que la veo tengo ganas de pegarle un par de gritos.

Se llama Paloma, y es una de las protagonistas de Alguien que me quiera. Ingenua hasta lo exasperante, conserva una inocencia pre púber aunque haya pasado largamente los 50. No sabe lo que quiere; cuando se da cuenta, lo niega; cuando ya no puede negarlo, no puede defenderlo. La criatura creada por Susú Pecoraro en la tira costumbrista de El Trece (de lunes a jueves a las 22) se ubica casi en las antípodas de las heroínas maduras que consagró la mejor tradición del género. Veamos por qué.

Al comenzar la ficción, Paloma tiene un local en el mercado comunitario donde se cruzan todos los personajes, tiene un hijo universitario, y un marido al que dan por muerto tras dos años de haber desaparecido, aunque nunca vimos a la supuesta viuda tan empeñada en buscar la verdad como en revisar las fotos viejas y guardar la ropa del ¿difunto? Por su tendencia al baile y a un estilo juvenil, la señora podría parecer la misma "alegría del vivir", pero en los momentos de intimidad se la nota más vale depresiva.

Su único consuelo es un amigo de, se supone, casi toda la vida: el carnicero Armando que interpreta Miguel Angel Rodríguez, a todas luces enamorado de ella. Valga como licencia del género que Paloma sea la única que no se había dado cuenta. Lo difícil de sobrellevar, como espectadora, son sus idas y vueltas, que lo quiere, que no lo quiere, que lo quiere como amigo, que lo cela cuando cree que tiene novia, que se aleja cuando él la busca, que lo busca cuando él se aleja... una histeria adolescente que ya lucía raro, pero que -televidentes pacientes- nos bancamos.

Lo que se muestra ahora, ya parece mucho. Resulta que el marido estaba vivo, tiene desde hace años otra familia, y ella nunca se dio cuenta; era un estafador, y ella no lo sospechaba; debía fortunas en impuestos y ella recién se entera; le van a embargar la casa, y ella sigue sin entender de qué se trata. Y desde su mirada de "no sé qué pasa" apela a los hombres que la rodean para que solucionen el entuerto y le sigan mintiendo en la cara.

Podrá argumentarse la verosimilitud del personaje, puesto que en la vida real no faltan especímenes similares. Pero, en general, son mujeres económicamente acomodadas que siempre generan duda y respuesta: ¿son o se hacen? Se hacen.

Las heroínas clásicas (desde Simplemente María hasta Muñeca brava) padecen siempre un engaño originario, pero después aprenden a defenderse y a pelear la vida, resurgen de cualquier cosa, y se enfrentan a villanos de fuste, o los condicionamientos de su propia moral.

Esta Paloma de Alguien que me quiera se toca, en algún punto, con la Susan Mayer de los inicios de Amas de casa desesperadas. Sólo que aquella, en unos treinta capítulos, creció. Ojalá, ahora, alguien le acomode los pensamientos también a Paloma.

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