Por Adriana Bruno.- ¡Qué recital dio Metallica! Fue en un Rìver a pleno, y con una demoledora seguidilla de temas nuevos y viejos, como seguramente mostrará en breve la televisión. Por eso, porque a esta altura ya estará en todos los medios, y porque sin duda hay quienes lo hacen mucho mejor que quien suscribe, no pretendo desarrollar una crítica musical de este show.
Quiero, más bien, hablar del público y de dos actitudes reconfortantes, que probablemente no se verán en la pantalla de TV.
La primera sucedió a poco de comenzar, cuando un trencito humano de alta velocidad irrumpió entre la abigarrada multitud, dispuesto a alcanzar el escenario y encabezado por un sujeto que portaba una bengala encendida. La atronadora respuesta fue tan masiva, inmediata y contundente ("¡¡hi-jo de puta/ hi-jo de puta!!") que la bengala duró un instante y a nadie se le ocurrió intentarlo de nuevo.
La otra actitud fue permanente. Dispuestos a saltar, a hacer pogo y a empujar hacia adelante para conseguir los primeros puestos, los metaleros tienen sus códigos y los respetan. Porque si bien es cierto que dentro de ese mar de muchachos corpulentos, los flacos y los petisos la tuvimos difícil, que el clima era agobiante y el apretujón, insoportable, también es un hecho que siempre hubo manos y brazos anónimos para sostener de pie a los que se iban descomponiendo por la falta de aire y la deshidratación. Gracias, entonces, a las "hordas" de remeras negras: un público tan apasionado como conciente y solidario. Un público que siempre garantiza su propio show.
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